El artista contemporáneo Olafur Eliason creó y diseño la tapa conceptual de la reciente edición de la revista Time: un contraste entre el planeta que hicimos y el planeta que deseamos, que exige la participación y la imaginación del lector. Es un juego óptico que obliga a concentrarse en una imagen durante varios segundos para luego ver/imaginar algo sobre otra.
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Luego, el texto, de la revista proyecta cómo viviremos en el año 2040: no es ciencia ficción, aclara, ni “realismo especulativo” sino apenas el efecto de las estimaciones sobre las emisiones contaminantes y, también, las dificultades de los gobiernos para imponer agendas ecológicas en contextos de crisis, especialmente en los países menos desarrollados.
La revista The Economist, de manera más contundente, también dedicó al tema su tapa: advierte que debe abandonarse la ambición de frenar el calentamiento progresivo ubicado en la cifra de 1,5°. Ya es tarde.
Desde ya, el contexto es la cumbre de líderes globales COP 27 que se realiza en estos días en El Cairo, Egipto. Pero también hay otro marco, acaso más simbólico que las tensiones entre los expertos: la humanidad se apresta en estos días a anotarse un hito como especie. Según estimaciones y aproximaciones avaladas por las Naciones Unidas, llegaremos a ser 8000 millones de seres humanos vivos (¡un contador “oficial” lo señala para el próximo martes 15!; otros lo ralentizan y lo anotan para comienzo de 2023). La precisión nos es indiferente, pero la cifra realza la magnitud de varios aspectos profundos: comenzamos el siglo, según esos cálculos, siendo 6000 millones humanos. 3000 se concentran en China e India, y el asunto habilita una introspección colectiva que la filosofía actual tiene como tema central. No solo los efectos visibles, perceptibles, sobre el planeta sino, en definitiva, nuestra relación con otras especies, con otras entidades, vivientes, no vivientes… El mentado “antropoceno” y los efectos de la actividad humana, calidad y cantidad, sobre la Tierra.
El texto de Time da precisiones: la inercia de los comportamientos, hábitos, rutinas, organización social y política de quienes aquí vivimos tiene consecuencias y son difíciles de alterar con la velocidad del daño que provocan.
Eliasson, que ha dedicado al tema varias obras conceptuales recientes (incluido un emulador solar aquí en Buenos Aires) explica la intención de su obra/tapa: “La imagen posterior se crea básicamente dentro de su propio aparato de percepción, es decir, por sus ojos y cerebro”. La intención del artista es más que estética: propone que miremos fijo el problema, la situación actual, y luego desviemos la mirada hacia una hoja en blanco…
En su último libro, el recientemente fallecido Bruno Latour (célebre por sus guerras alrededor del conocimiento científico y los criterios de verdad en la década de 1980) insinúa una reflexión, condicionado por la escritura hecha en tiempos de pandemia: que vivimos condenados al encierro en un lugar tan grande como la Tierra. Latour postula “una guía para habitar el planeta”, desde las dificultades de cómo nos vemos los humanos hasta aventurar que parecernos al insecto de Kafka, o más aún, “devenir termitas”, puede ayudarnos a pensar mejor. El título del libro se formula como pregunta: ¿Dónde estoy?
El recientemente editado, Constructos Flatline, de Mark Fisher, es una tesis doctoral escrita a fines del siglo pasado, pero publicada ahora por primera vez en español. Si bien parte del materialismo, pone énfasis en trascender la perspectiva antropocentrista.
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Fisher abre también con un interrogante: ¿cómo debe sentirse un androide? Más allá de la cita al film Blade Runner y al libro original de Philip K. Dick (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?), su abordaje implica abandonar o desbordar la mirada humana (como en el devenir termita), empatizar –con perdón del neologismo– con la sensibilidad de las máquinas. No es solo una fuga: es buscar un lugar desde dónde mirar distinto.
Las claves, y los interrogantes, exceden las miradas apocalípticas y tremendistas sobre el destino actual de la especie y nuestro hábitat, pero también exceden los modelos humanistas tradicionales para enfrentarlos.
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También el arte volvió al centro de la escena a raíz de los recientes performances mediáticas de la organización Just Stop Oil en los museos más famosos: ¿las obras deben ser preservadas más allá del planeta? ¿El arte y sus museos son parte del problema o de la solución? ¿O ambas cosas?
Las consecuencias evidentes, y algunas irreversibles, de cómo convivimos aquí los 8 mil millones que seremos, junto al resto de los organismos y objetos, son sin dudas el mayor desafío colectivo que enfrentamos, aquel al que el pensamiento, además del activismo, intenta dedicar sus mejores esfuerzos.